¡Quién más puso, más perdió!

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Esto dice el famoso refrán, refiriéndose a quien invirtió en un negocio poco ventajoso perdiendo todo aquello que arriesgó. Quizá debe ser así, pues es una característica fundamental del emprendedor arriesgar, y ganar o perder.  Ahí radica la aventura, en ganar o en perder. Si todos ganaran, nadie perdería y el negocio sería redondo. Pero en los negocios quizá para que uno gane, otros deban perder. No me refiero a estas cuestiones de economía.

 

Lo que quiero traer a la memoria son cuestiones de entrega, de dedicación y de agradecimiento. Son miles y miles de personas que, poniéndose en el lugar de otro y ante una dificultad, le han dejado su dinero, encontrando como recompensa no recobrar la cantidad y además perder la amistad o el saludo de ese amigo o conocido. Lo más triste del asunto no es el dinero en sí, que también, sino la pérdida de confianza de esa persona en el ser humano.

 

Difícilmente volverá a arriesgar no el dinero sino la confianza, y si lo vuelve a hacer, la estadística desgraciadamente revela que volverá a perder. Me resigno a aceptar la hipótesis de trabajo: cuánto más confianza pones, más pierdes.  La conclusión es que cada vez menos personas deciden ponerse en manos de los demás, no ayudan a quien lo necesita, ni siquiera a sus seres más próximos. El individualismo se va apoderando de nuestra sociedad.

 

Cuentan que había un famoso abogado que vivía en una capital de provincia andaluza. Era un astuto abogado, pero amaba la localidad donde nació. Tenía muchos amigos. Siempre estaba pronto a ayudarles, a asesorarles, a orientarles jurídicamente ante las dificultades. A cambio encontraba poco agradecimiento e incluso sinsabores por no decirles lo que querían oír. Llegó la situación hasta el extremo siguiente: Les aconsejaba él, no le hacían caso, se iban a otro asesor, que les orientaba en el mismo sentido, pero les cobraba importantes cantidades y entonces el asesoramiento ya era válido.

 

Este abogado se vio desbordado por la situación y se vio obligado a hacer lo mismo. Me comentaba que, sin entender mucho lo que pasaba, había encontrado la paz cuando empezó a hacer lo que hubiera debido hacer desde un principio: recibirles en su despacho, cobrarles el asesoramiento y entonces empezaron a apreciarle sus consejos y orientaciones.

 

Me resultó muy triste la historia, porque ese ánimo de gratuidad, de desprendimiento y de poner en servicio de los demás sus dones, se vio truncado por la miopía de los que piensan que lo que no les cuesta dinero no es apreciado. Se hizo realidad “El ni agradecido ni pagado”.

 

Siempre he admirado a Santo Tomás Moro, patrón de los gobernantes y políticos. Tomás Moro se esforzó siempre en servir a su país y al Rey. Pero en demasiadas ocasiones el ser libre, íntegro moralmente y defensor de la justicia te puede jugar malas pasadas. Al final uno ha de elegir: ser fiel a su conciencia o doblegarse ante el poder arbitrario y corrupto. Tomás Moro, a lo largo de su vida, entendió perfectamente la fidelidad y la lealtad al poder establecido, pero por encima de éste se encuentra siempre la propia conciencia. Las consecuencias, a veces, son nefastas: sufrimiento, pérdida de trabajo, abandono de amigos, la soledad. Se va mostrando “quién más puso, más perdió”.

 

Finalmente, en una reunión en Madrid, contaba el secretario de un personaje importante que éste le había dicho siempre: “Tú cuando veas que ya no sirvo para desempeñar mi cargo, debes decírmelo para renunciar a él. No quiero ser una carga para los demás”. Pasaron varios años y llegado el momento, con total respeto e incluso admiración, le dijo: “Señor, creo que ha llegado el tiempo. Voy notando que ya no tiene los reflejos suficientes, que ya no reacciona con prontitud ante los desafíos, que ya no ostenta la prudencia de la que siempre ha hecho gala. Creo que es el momento de renunciar e irse a descansar”. La respuesta del personaje importante fue despedir a su consejero, porque había perdido ya la fidelidad y lealtad, y ya no era digno de ser su fiel secretario. ¡Qué difícil es saber retirarse a tiempo! ¡Cuán peligroso es pensar que somos imprescindibles!

 

El secretario lo contaba sin acritud ni rencor, pero sí con mucha pena, porque había dedicado mucho tiempo al servicio de su señor. ¡Quién más puso, más perdió!

 

Dicho lo dicho, quiero terminar afirmando que así es la vida, que las historias antecedentes son reales, pero la conclusión es errónea. No es cierto que “¡quién más puso, más perdió!, y no lo es porque quién más puso más ganó.

 

Esta es la dinámica del generoso, del que piensa en los demás, del desprendido, que se esfuerza por hacer un mundo mejor, a pesar de las dificultades. Es la fuerza de los que trabajan por los demás de forma desinteresada, de los que hacen de su vida un constante servicio a los otros, especialmente a los débiles, sin esperar ningún tipo de recompensa. Es así porque muchas veces si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto.

 

Los personajes de las historias relatadas no han perdido, han ganado porque han actuado de acuerdo a sus principios, a sus convicciones, a su conciencia. En ninguno de los supuestos han perdido su integridad, son hombres y mujeres, que todos desearíamos tener junto a nosotros, hombres y mujeres de una sola pieza, sin doblez.

 

La famosa oración de San Francisco de Asís lo expresa con sabiduría: “porque dando se recibe, perdonando se es perdonado, olvidándose a sí mismo se encuentra”. Por tanto, “quién más puso, más ganó”.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

 

Islas Canarias,16 de agosto de 2022.

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