EL MONÓLOGO Nº078
Las heridas de un volcán

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Por Pepe Moreno *

 

Les escribo desde La Palma, desde muy cerca del volcán. Un lugar desde el que se oye el rugido en medio de la noche. Mucha gente sigue sin poder dormir desde que el domingo día 19 cuando a las 15,12 se oyeron las primeras explosiones de un magma que salía a la superficie en una fisura que se abrió en el suelo y de la que comenzó a expulsar lava.

 

Han pasado muchas cosas desde ese mismo momento. Se han perdido casi mil edificaciones, comidas por una lengua de fuego que es imparable, indomeñable y que avanza por medio del territorio palmero, pródigo en casas, rico en fincas y sitio ideal para que muchos se pierdan en viviendas vacacionales únicas y singulares.

 

La lava, que solo conoce su camino y que lo hace invariablemente, ha discurrido por calles y trazados urbanos llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. Miles de personas viven a esta hora su momento más amargo y otros los pasan con la angustia no saber si su casa es pasto de la lengua de fuego arrasadora. Hemos oído miles de historias, de familias enteras que lo han perdido todo.

 

Me contaban algunos de ellos que ya no tienen su casa, tampoco sus hijos. Familias que hoy no pueden contar ni con lo puesto. Gentes que incluso ya no tienen tiempo vital para comenzar de nuevo y que hoy no tienen más que las esperanzas en recuperar algo de lo que el volcán les ha arrebatado.

 

Un hombre me cuenta que compró una casa en El Paraíso y que con grandes esfuerzos y algún crédito bancario le metió mano a recomponer, a fabricar la casa de sus sueños, a crear una pequeña bodega, estancias que permitieran vivir mejor que en el casco de algunas de nuestras ciudades y que hoy solo tienen las escrituras, porque anduvieron con rapidez y porque tenían en mente, al menos, llevarse esos papeles para poder reclamar.

 

Hemos visto como han caído, desde nuestros televisores, cientos de casas, alguna iglesia, varios colegios, hectáreas de cultivos, invernaderos y plantaciones de todo tipo a los que el río de lava no ha respetado y lo ha reclamado como si fuera suyo.

 

Hemos oído, por ejemplo, a muchos peninsulares, más bien godos en nuestra manera de hablar, que se preguntan cómo es posible que construyamos debajo de un volcán. Y es que a esos ignorantes hay que explicarles que ahí no había ningún cráter, que fue que la tierra se rajó y de sus entrañas comenzó a manar la lava que pocos días después creó una boca que hoy se dibuja en el sentido que todos conocemos.

 

Que ahí había construcciones desde hace mucho tiempo porque nunca temieron ni intuyeron que esto podría pasar. Esa fisura en el terreno podría haber aparecido en el centro de una casa, o en medio de cualquiera de los barrios que se encuentran en sus inmediaciones o que podría haberse quebrado, la tierra, justo encima de Los Llanos de Aridane y la cosa aún podía haber sido peor.

 

Son argumentos que los que no son de aquí no entienden. Creen que los volcanes no se hacen, sino que nacen en orificios ya concebidos y que por ahí salen a la superficie los gases, el magma, los humos, el lapilli o las cenizas. Analfabetos que ponen el acento de volcán en la o porque lo han oído en algún reggaetón referido a las ansias del cantante para con el sexo contrario.

 

Estamos pues viviendo una crisis volcánica sin precedentes, con varios miles de damnificados y viendo en directo desde el minuto uno lo que está pasando. La Televisión Canaria ha puesto el énfasis en mostrarnos la dureza de este volcán y en demostrar que los tiempos están cambiando para todos.

 

La inmediatez de la noticia recaía hasta ahora en la radio, que era el medio que más pronto llegaba a los sitios y que con poca técnica hacía posible que el relato de los reporteros transmitiera lo que estaba pasando en el lugar. Ahora no. Necesitamos la imagen como argumento para no cuestionarnos si es verdad o todo se debe a la fantasía de los reporteros. El nacimiento de las mochilas televisivas que se conectan por IP ha posibilitado que ya no sean necesarias costosas unidades móviles, ni enlaces de alta potencia.

 

En La Palma hemos visto como el refuerzo de todo el entramado de las nuevas tecnologías ha hecho posible que no se hayan caído las comunicaciones y que las cámaras hayan transmitido día y noche todo el “esplendor” de un volcán en erupción. Hasta la isla bonita han llegado televisiones de todo el mundo con sus reporteros pertrechados de este tipo de ingenios que lo mismo se conectaban con Al Jazeera para todo el mundo árabe, que la BBC o una televisión de las antípodas. Todo al alcance de la mano.

 

La televisión como medio para ver qué estaba pasando y una población pendiente en todo momento de lo que pasaba en los montes de Cabeza de Vaca, por encima del municipio de El Paso y pegado al Valle de Aridane.

 

A la hora en que escribo este “Monólogo” de esta semana, el satélite Copernicus realiza una estimación de 1005 edificaciones afectadas, de las cuales 870 están totalmente destruidas. A esas preocupaciones se suma la calidad del aire, que comienza a empeorar. Contribuiría a aminorar esa afección el hecho de que el viento volviese a soplar. Pero es difícil de hacer este tipo de predicciones. Y lo estamos viendo en vivo y en directo.

 

La televisión se ha comido el consumo de los otros medios de comunicación y el trabajo que ha hecho “la nuestra” ha sido encomiable. Todo el mundo, a excepción de ciertos descerebrados, ha reconocido los méritos que han jalonado estos días. Toda la programación se ha hecho desde emplazamientos en los que el volcán, sus bocas, sus emanaciones, su magma, sus explosiones han sido el centro de imágenes más potentes de nuestro planeta.

 

Hemos vivido la angustia del caminar del rio de lava. Primero era ver cómo desembocaba en el mar, como engullía todo lo que encontraba a su paso y cómo trazaba un camino que nadie ni nada podía desviar, haciendo que la impotencia fuera el sentimiento más imperante.

 

He visto muchas vivencias en estos días que de alguna manera me gustaría plasmarlas en estas líneas para que ustedes se hagan una somera idea de lo que es vivir una erupción volcánica. Gentes que se han quedado sin nada, que maldicen al volcán, que no entienden como algunas personas pueden referirse a eso como “espectáculo de la naturaleza” cuando ha destruido todo lo que tenían.

 

Me contaba una compañera que su madre vive desde el primer momento de la erupción con los enseres más preciados en una camioneta y que ella ha dicho que tiene “el cuerpo como un almendrero”, expresión que entendía como “sacudida permanentemente por todo lo que está pasando”. Y es así como nos hemos sentido muchos en estos días, meneados por todo este cúmulo de vivencias.

 

Pero me quedo también con todas las pruebas de solidaridad que este suceso ha motivado entre todos nosotros. Hasta el pabellón deportivo de Los Llanos han llegado muestras del corazón que tienen paisanos y personas ajenas incluso al Archipiélago. Han enviado de todo, desde ropas a alimentos para los que lo perdieron todo. Y los afectados también han mostrado un grado de comprensión inaudito.

 

He visto a cargos públicos emocionarse ante los micrófonos o las cámaras de los medios de comunicación. Ayer mismo se acercaba hasta el Puesto de Mando Avanzado, donde me encontraba narrando las noticias que conformaban el relato diario, una persona que llevaba años sin ver.

 

Me vino a dar un abrazo y me contó como lo había perdido todo en las primeras horas de la erupción. Me mostró sus brazos con quemaduras cuando aún buscaba títulos y papeles y soltaba los animales que tenía a su cuidado. También a mí me emocionó su relato, encontrármelo después de tanto tiempo y saber de él.

 

Había encontrado el refugio necesario para lamerse las heridas de un tiempo en el que fue centro de atención de un episodio de este mundo nuestro en el que su participación solo se debió al puesto que ocupaba. Escondido tras su mascarilla me relató las horas más angustiosas de su vida y el decaimiento que tenía porque le faltaban fuerzas para comenzar de cero. Espero que se reponga y que las encuentre.

Han venido once ministros para decir que “no vamos a dejar a nadie detrás”, pero eso mismo nos dijeron al principio de la pandemia y miren como están algunos.

 

Tengo muchas más vivencias que relatar, pero no quiero agobiarles hoy. La erupción no ha terminado. La angustia sigue poniendo el corazón en la garganta a miles de palmeros y el “demonio” nacido hace quince días aún sigue perturbando. No hay víctimas, gracias a Dios, pero hay miles de damnificados que aún no saben qué serán de ellos.

 

Gentes acostumbradas a vivir en el campo, en una finca, cuidando de sus animales y sus cultivos a los que meterán en piso y otros cientos de paisanos que creían que esas viviendas sociales eran para ellos, y que ahora seguirán esperando porque no hay más.

 

Cuánto hay por hacer. Pescadores que no pescan porque no les dejan y porque los peces se han ido. Comerciantes que no pueden llegar a unos clientes que han sido desplazados porque no pueden estar en sus lugares habituales. Plataneras destruidas o abandonadas o sin poder ser regadas ni trabajadas por un volcán fiero que no entiende de ciclos de vida.

 

He dicho a lo largo de estos días, varias veces, que el volcán es impresionante, pero referido a que impresiona lo que ves. No que sea bonito, que lo es, pero el rastro de destrucción que está dejando deja a ese término colgado de un halo que no es el que uno quiere expresar. Es impresionante, pero es un adjetivo que usamos como que da miedo, una sorpresa que atemoriza.

 

Hay mucho que contar, pero será otro día y espero que no sea ni tan triste ni tan lleno de dudas como las que hoy nos acucian a todos.

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

La Palma, 2 de octubre de 2021.

 

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